Desperté un día, repitiendo tu nombre mil veces. Desperté una tarde, y tu rostro se reflejaba en las luz diáfana que rociaba mi rostro de certidumbre. Desperté una noche, y ahí estabas, ya no eras más un artificio, no eras más una visión, eras una realidad utópica.
Me hundí en culpa sin entender que hacía. Nunca conocí una realidad tan abstracta como ello, el amor, que era el amor más que sufrir y perseguir. Entender que era el amor, era un desafío.
Era tiempo de deshacerme de fantasmas, de historias sin principio y sin final, de deshacerme de toda la pesadumbre que llevaba conmigo y se acumulaba en los surcos del alma y que van acabando de poquito con tu ser.
Tomé mis lagrimas y las guardé en un lugar seguro, no me gusta que otros entes sepan que el alma mía es tan tenue y sutil, madre siempre me enseñó a guardar apariencias.
Agrupé toda evidencia de debilidad y la quemé, se fue, desapareció, se desvaneció.
Borré aquellos besos ocultos de madrugada, esas manos que se entrelazaban ocultas entre aquellos destellos en el tiempo, las miradas cómplices sin sentido, y los amigos en común, todo a la basura.
Me preparé por días para recibir aquello que estaba destinado a llegar, sin saber que en el proceso, estaba lastimando a alguien más.
Presumí de tener el alma más fuerte, de poder controlar lo incontrolable, y de obviar el amor como materia concerniente, pero no era así. Cada vez que una lágrima se secaba, mi alma crecía y se restauraba, y fueron muchas las lágrimas que tuvieron que secarse. Y ahí estabas tu, serenidad ante todo, sin miedo, con alegría, sin miedo, con endereza, sin miedo, con aquellos ojos impasibles..sin miedo.
Nunca entendí como sucedió, solo sé que pasó. Entendí quien eras, de donde venías, porque venías, pero nunca entendí ¿porque yo?, si cualquiera era mejor que yo.
Presumí de tener seguridad, pero aquella convicción era falsa. Me jacté de tener fuerza, pero todo lo que tengo es fragilidad. Presumí de tener amor propio, pero todo lo que tenía eran inseguridades. Presumí de estar entero, pero lo único que me quedaba era un alma hecha pedazos.
Tuve miedo, tuve miedo, tuve miedo, tuve terror de dejarte entrar. Fue un proceso aún más largo que el hacer entender a aquellos que me rodeaban de mi osadía, creo que de alguna forma ellos creyeron, hasta cierto punto, todas las mentiras de las que los fasciné por años, un ser humano sin sus características primordiales.
Aprendí a ser inerme de nuevo, y mostrarme como tal ante el mundo, a confiar en las personas y entender el estado humano como tal, lleno de debilidades y errores. Aprendí a mirar a los ojos y decir la verdad inmaculada . A prendí a que no debía herir a otros para poder mantenerme estoico, de hecho, aprendí a que no debía permanecer fuerte, sino más bien frágil para afrontar el mundo. Aprendí a amar mis lágrimas y disfrutar las penas. Aprendí a abrazar de nuevo, y a disfrutar del amor que otros podían brindar, ese amor de familia puro, ese amor de amigo supeditado. Aprendí a escuchar sin tener que responder. Aprendí a dejar de pelear con mi necesidad de perfección. Aprendí tanto, sólo para poder estar listo.
Llené mi mente de letreros llenos de esperanza, mis ojos de imágenes del mundo, mis orejas de melodías sin fin, mis manos de nuevas sensaciones, mi cuerpo de vulnerabilidad.
Ante mi, tu, y ante tu, yo.
Nos vimos, cruzamos miradas a medida que la noche avanzaba, me acerqué a ti y fue el fin de una historia, y el comienzo de otra.
Tus ojos miraban los míos con profundidad absoluta, tus palabras y las mías se sentaron a planificar una tregua. Tu cuerpo y el mío una melodía. Y tus ojos, nuevamente, directamente impactando los míos, como un planeta nuevo por descubrir, un planeta cn una nueva historia de la cuál ser parte.
Pasaron días y días, y todo era nuevo. Celos, ansias, ganas, latidos, besos, manos, palabras, corazón, palpitar, sol, historias, soluciones, sueños.
Con miedo seguí adelante, con histeria continué, con terror dije mis primeras palabras, con ansias esperé, y con el corazón roto una vez más terminé.
No puedo culparte, no lo haré jamás. Merezco todo, merezco todo, merezco todo (debo repetirlo todos los días para no odiarte).
Tuve miedo, me arriesgué, tomé posición, con inseguridad dije aquellas que se encontraban en lo más profundo de mi garganta, de donde al parecer nunca debieron salir. Y ahí quedé, como temí, solo como al principio de esta historia.
Una historia que se repite una y otra vez, sin importar los personajes, sin importar los escenarios, sin importar los días, los meses, los años.
Tuve miedo porque tuve un corazón que rompieron sin justa razón. Tengo miedo porque me está costando trabajo tomar esos pedazos pequeños que te entregué y quedaron en algún lugar. Tendré miedo, porque a pesar de haber cambiado, en algún lugar aún se encuentra el pendejo inseguro que solo quiere renunciar a sentir.