martes, 22 de noviembre de 2016

El amanecer de un vacío

Una noche un argumento y una simple oración bastó para comenzar a ordenar mis pasos hacia un encuentro.

Bailes y canciones movían nuestros cuerpos, las palabras podían permanecer inmóviles por mucho tiempo, pero eventualmente recuperaban su movilidad y una vez mas podíamos volver a ser eruditos en acción.

Hablábamos de viajes y recuerdos, de copas y hojas. Un árbol acompañaba nuestro mas grande invento: la amistad serena.

Abrazados todos mirando como el fuego consumía un tronco tras otros, los vegetales iban desapareciendo lentamente de la parrilla preparada para deleitar con dulzura y amargor nuestra noche de exención. Las palabras y carcajadas continuaban saliendo de nuestras bocas de forma natural.

Que felicidad sentí por momentos eternos, que paz me invadía.

Pero todo llega a su fin, y aquello también. Procedí a dirigir mis pasos hacia un encuentro taciturno de cuerpos en estados constantes de movimiento, de encuentros móviles con la música y el deseo.

Entre risas y gestos, compartí momentos atesorados que repetí sin vacilar. Entre brebajes y formulas futuras podía moverme lentamente a través de una masa de cuerpos que disfrutaban en conjunto de la melodía que formaba la noche y la libertad de expresarse sin miedo a nada.

Pero la noche no podía finalizar, no de esa manera, la danza debía disfrutarse hasta cansarnos. Continuábamos caminando y buscando algunos minutos más de exención. Un tumulto de gentes aún podían proveernos de energía y melodías que revolvían hasta lo más profundo de nuestro centro: la felicidad seguía siendo parte de nosotros.

Pero en medio de aquellos, una mirada me cautivó hasta detenerme en el tiempo y dejarme sin palabras. Un rostro cambió totalmente mis deseos de danzar libre sin excusas. Un cuerpo me detuvo hasta perder la noción del tiempo y espacio. Nada más existía, nadie más existía, nada mas era real. 

Sus besos eran suaves, sus manos reconocibles, sus ojos profundos me perdieron en la noche, me llevó la noche. 

Dormir y despertar junto a ellos, simplemente un tesoro de una noche envuelta en papel celofán.

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