viernes, 17 de junio de 2016

Renacimiento

Los días son siete, y las horas del día son 24.
Un día se compone de una mañana, una tarde y una noche.
Yo soy un cuerpo que contiene muchos cuerpos más, muchas almas.
Solía recordar como una oración preestablecida estos hechos. 
Podía contar con mis dedos cada pensamiento expresado.
Las palabras se me caían de la boca y de las manos.
Caminé por meses sin disturbios ni estímulos.
Buscaba desconexiones sin solución, buscaba una verdad sin razón.
Me inundaba un sentimiento neutro, un aprendizaje insignificante.
Merodee por días aquellos lugares donde las guitarras no dejaban de sonar.
Me cautivé por aquellos cuerpos en donde la danza no cesaba.
Me salvé de pronto, comencé a recuperar las palabras y mi rostro.
Tomé restos de tela y pinté mi pasado, escribí mi pasado, destrocé el pasado.
Caí por meses, me arrastré por meses; un cuerpo alicaído que no vivía.
Aprendí a vivir en silencio, a caminar en puntillas, a dejar todo, a dejarme.
Abandoné todo para vivir este nuevo papel, un muerto en vida.
Pero redescubrí mi cuerpo, redescubrí la gente y las estaciones.
Sufrí con los cambios, y volví a la vida. 
El sol era sol de nuevo y no solo luz. El frío era frío y no solo una razón de vestir.
Mi piel entró en contacto con otros, así como mis manos y mis pies con el suelo.
Me volví a arrastrar con el cuerpo vivo, y volví a levantar mis piernas para vivir.
Comencé a caminar con rumbo, comencé a sonreír, comencé a hablar.
Me levantaron en un segundo, y al siguiente ya estaba bailando en medio de todos.
Fue hermoso redescubrirme, fue hermoso pertenecer, fue hermoso renacer.

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